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Así cuentan los sobrevivientes su vivencia con la guerra

No ha habido límites para la crueldad en la búsqueda del poder. Crudos testimonios de las víctimas.

Minas antipersonal ‘Un golpe me mandó a volar por los aires’ Un joven de Samaniego (Nariño), víctima en el 2009, a los 16 años: “Trabajaba en una finca, cuidando ganado y sembrando tomate de árbol. Tenía unos días libres y me fui para Samaniego con un compañero. Empezamos a caminar hacia el pueblo. Eran las 8 de la mañana. El camino era un potrero, no había otro; yo creía que las minas estaban en las montañas, no en los caminos. Mi amigo iba a unos metros adelante y pisó una mina que estaba sembrada al lado de un árbol de guayaba. No sentí que nada explotara, solo un golpe que me mandó a volar por los aires; la última imagen que vi fue un manchón de muchísimos colores. No veía nada, pero sentía la sangre en mi cara, en todo mi cuerpo; con las manos me tocaba y tenía huecos en el estómago, en los brazos, en el rostro. Mi amigo gritaba, la mina le arrancó la pierna derecha; me pedía que le amarrara el pie de alguna forma, pero intentaba levantarme y me desplomaba. Duramos dos horas tendidos en el suelo, hasta que unos campesinos llegaron a auxiliarnos; armaron camillas con palos y sábanas y nos sacaron a la carretera; Llegamos al hospital del pueblo a las 7 de la noche. Me trasladaron a Pasto. Allá me diagnosticaron un desprendimiento total de retina; me operaron para tratar de salvar la vista izquierda, pero no”. Masacres ‘Nos encontramos un muerto y otro y otro más’ San Carlos (Antioquia), a manos de las Farc. “Cuando yo vi que por la parte de arriba llega gente armada y también por la parte de abajo, me entré con mi niño de siete años, pero no cerré la puerta. Me puse a orar y a leer Salmos de la Biblia, y empezó la balacera más espantosa. Cuando cesaron los disparos me asomé afuera y ya estaban saliendo también los vecinos, fuimos para arriba y nos encontramos un muerto y otro y otro más. Cuando llegamos a la casa donde estaban los jovencitos, y ¡qué horror! seis niños entre 14 y 17 años tirados en un charco de sangre que parecería una piscina. Vemos uno a uno horrorizados y de pronto descubro a mi niño en un extremo del corredor. El pánico creció, yo sentí como si el tiempo retrocediera, desde que mi niño nació, la alegría que sentí y ahora este dolor tan inmenso, se me desgarró todo. Isabel, ‘Chavita’, como le decíamos, era una muchacha recién casada y con principios de embarazo, quedó atravesada en la silla donde estaba… Saqué valor de donde no lo tenía y la bajamos al piso, donde encontramos los dos niños heridos. Esto fue todavía más doloroso al no poder hacer nada por ellos, por un milagro sobrevivieron, permanecieron ahí tirados toda la noche del jueves, todo el día del viernes, hasta que los pudimos sacar por ahí a las 4 de la tarde del viernes y se salvaron”. Desplazamiento forzado Ya toda la gente se había ido del pueblo En el municipio de San Carlos, oriente antioqueño, el Grupo de Memoria Histórica registró el abandono total o parcial de 54 de sus 74 veredas. Este municipio pasó de tener 25.000 habitantes a 5.000, éxodo desencadenado por la combinación de las violencias que describe este informe. ( “Yo me acuerdo que yo recé por ahí 500 Padre Nuestros y mil Rosarios porque si salían los paramilitares de pronto me mataban, si salía la guerrilla también, y si salía el Ejército también. Entonces me vine, llegué a mi casa, no tenía nada qué comer porque la guerrilla no dejaba, los paras no dejaban entrar comida. Me fui para mi finca, me quedé allá, cuando me levanté yo sin saber dónde comer porque yo tenía como catorce o quince años cuando eso. Entonces me levanté, cuando vi que venían yo estaba solo, yo estaba en una selva solo en una selva, ¿cierto?, porque ya toda la gente se había ido ya, prácticamente quedábamos dos o tres personas allá”. Terrorismo Juancho, de 9 años, murió asfixiado en el atentado a El Nogal El ataque de las Farc al Club El Nogal, en Bogotá “Carlos Carrillo fue el último socio que los socorristas sacaron con vida del club. Ya habían incluido su nombre en una lista de personas fallecidas que habían enviado a los noticieros, y por eso su hija Diana no creyó cuando le avisaron que estaba vivo. Pero su hermano menor, Juan Sebastián, Juancho, de 9 años, murió asfixiado. Segundos antes de que estallara la bomba, Carrillo estaba en la taberna del quinto piso con Juancho y su otra hija, Paola. La explosión dejó a Carrillo inconsciente y le quebró los pies. Cuando volvió en sí, vio a su hija herida y le dijo que saliera, mientras él se arrastraba hasta una pared para resguardarse del fuego. Justo cuando sentía que iba a morir, lo rescataron”. Asesinatos selectivos Segovia, de 4 a 5 muertos diarios “A la gente de Segovia (Antioquia) usted le pregunta: ¿Cuál fue la masacre más grande que hubo en Segovia? Y la gente qué va a decir: ‘La de 1988’. Y lógicamente que no fue esa. La más grande fue la de 1997. Porque con asesinatos selectivos diarios durante cuatro o cinco meses, fueron tres, cuatro, cinco muertos diarios. Y usted suma y le dan doscientos y pico de personas asesinadas. Entonces, esa fue la masacre más grande que hubo en Segovia”. Falsos positivos “Al mes fuimos y nos dijeron: ‘¿Ustedes todavía chillando?’ ” Testimonios de las madres de Soacha. “El día en que me entregaron el cadáver de mi hijo nos entregaron otros tres cadáveres: el de Julián Oviedo Monroy, el de Joaquín Castro y el de Elkin Gustavo Verano Hernández. Todos los entregaron completos, sin descomponerse. Lo que yo no entiendo es por qué a mí me entregaron solo una porción de huesos. Después de que los forenses hicieron su trabajo, cuando yo entro y miro, veo que son solo unos cuantos huesos donde no hay brazos, no hay piernas, hay solamente seis vértebras. En ese momento pensé: Dios Santo, dónde está el otro 50 por ciento del cuerpo de mi hijo”. “Es muy duro que cuando uno se acerca a la inspección de Policía a poner la denuncia y se encuentra con que a los agentes se les olvida que son servidores públicos y le digan a uno que no le reciben el denuncio porque la mayoría de la gente pone la denuncia y después no vuelve. Al mes fuimos nuevamente y nos dijeron: ¿ustedes todavía chillando? Seguro que su hijo está divirtiéndose por allá en Girardot con la novia. Yo les expliqué que mi hijo era un chico de educación especial, que sufría de convulsiones, que a lo mejor le había pasado algo, pero lo único que recibí como respuesta fue su indolencia”. Desaparición forzada Vio cómo al papá lo torturaban Al padre de Cielo se lo llevaron un grupo de paramilitares y de policías de un corregimiento del departamento del Magdalena. Este es su relato: “Nosotras al ver la demora, al ver que mi papá no llegaba, salimos a buscarlo por todo el pueblo. Mi hermana cogió una zona y yo cogí la otra zona para buscarlo. Mi hermana vio a mi papá; lo estaban torturando, lo tenían en una casa. Mi hermana vino y avisó que lo estaban torturando, y yo me acerqué a donde estaba el grupo de paramilitares con la policía y les dije que dónde estaba mi papá. (…) Les dije que por qué lo tenían amarrado, lo dije en presencia de la Policía y en presencia de las Auc. La policía no hizo nada, dejó que a mi papá se lo llevaran. (…) Mi padre no fue un guerrillero, porque mi padre era un campesino trabajador y hoy no se sabe qué pasó con él, dónde está no se sabe. (…) Yo prefiero un abrazo de mi padre, se lo cambio por todo el dinero que pueda ofrecer el Estado. Todo el dinero del mundo se lo cambio por volver a ver a mi padre, por sentir su abrazo, por ver a mi familia nuevamente”. Violencia sexual “Llegaban borrachos y nos violaban” En El Placer, Putumayo, los hechos fueron protagonizados por paramilitares. “Me llevó a una casa en El Placer (alias el ‘Indio’). Cuando entré me encontré con cuatro mujeres de distintas edades, unas muy jóvenes y otras ya adultas. La casa era de color crema, era grande, había cuatro piezas, un solar, una cocina, dos baños (uno privado para ellos) y un hueco. Cuando nos estaban violando nos decían: “si no quieren que las echemos al hueco, ¡cállense!” Ese espacio visible y amenazante me acompañó todo el año que duré encerrada en esa casa. Llegaban borrachos, drogados, nos sacaban al patio, nos apuntaban con armas cortas y largas, y nos cogían a la fuerza hasta encerrarnos en el cuarto que ellos quisieran… ellos escogían. Una vez me tocó con tres hombres al mismo tiempo. Pero la mayoría de veces llegaban tirando puertas y entraban al cuarto de la que quisieran, y ahí caían. Se iban después de tener sexo. Era muy duro, no podíamos salir a ninguna parte, pasábamos el día lavándoles los uniformes, limpiando la casa y cocinando para ellos… como una ‘mujer’. Recuerdo que una muchacha de 15 años se suicidó. No aguantó. La mujer mayor era la que nos daba ánimo, era la única que podía salir de la casa. (…) Una noche que íbamos con mi novio para mi casa, nos salió un grupo de nueve hombres. Se identificaron como paramilitares. A él lo amarraron y a mí me empezaron a desnudar a la fuerza y a golpearme muy duro (…) me decían que siempre iba a ser una prostituta de la guerrilla y me insultaban, me decían cosas horribles. A él también le decían que era guerrillero, que por eso andaba conmigo. Después de estar desnuda, empezaron uno por uno a penetrarme, todos me golpeaban la cara, arrancaron mi cabello, me metieron sus penes por la boca y en un momento empezaron a meterme sus pistolas en mi vagina (…) Después de que cada uno hizo conmigo lo que se le ocurrió, me llenaron de arena y piedras en mi vagina y me dijeron que yo nunca me iba a olvidar de ellos. Que me iban a dejar viva solo para que recordara que nunca debía meterme con guerrilleros. Que todo eso me pasaba por guerrillera, por ser una prostituta cochina”. Acoso cometido por las Farc Para evitar el reclutamiento ilícito de sus hermanos, una joven menor de edad tuvo que aceptar el acoso de un comandante de las Farc: “Mi padre se rehusó (a acceder a que nos reclutaran) y nos mandó a mi hermano y a mí a Minca (departamento de Magdalena). De nuevo, el comandante lo buscó y lo amenazó. Que nos tenía que traer de vuelta, que si no, no respondía por lo que les podía pasar a mis hermanitos y que mi papá salía de allí pero en un cajón. El problema es que él se interesó en mí. El comandante dijo que yo tenía que ser su mujer. Le decían el ‘Negro’. Mi papá nos tuvo que mandar a buscar. Un día volvió el comandante acompañado por dos guerrilleras para que ellas me persuadieran. Ese día, él me llevó y me tomó a la fuerza. Me dijo que mi virginidad solo sería para él. Era horrible. Parecía un diablo”. Tortura Prácticas ‘médicas’ con personas vivas “Las víctimas sirvieron como objeto de prácticas para los enfermeros de las estructuras paramilitares, como ocurrió con el caso de Alberto Romero Cano, el ‘Médico’, en el corregimiento El Placer, bajo Putumayo: ¿Quién suturaba?, ¿quién le canalizó la vena?, ¿quién lo anestesió? La anestesia la hice yo y lo de la canalización también lo expliqué yo; primero les mostré cómo se hacía a los muchachos, porque ellos ya tenían lo teórico; ellos mismos se encargaron de hacer las prácticas. ¿Cuántas personas practicaron con esta víctima? Había un curso como de diez personas, pero no me recuerdo todos, no me recuerdo de todos […]. En la parte de las piernas también se les enseñó a coger puntos internos. ¿Todos suturaron a la víctima; once veces se canalizó a la víctima, once veces se suturó a la víctima? Sí. La canalización de vena fue en las manos y en los brazos y la sutura, en la parte de la pierna. La víctima duró dos horas, no decía nada, se le dio agua (…) Después se asfixió (a) la víctima, la asfixiamos. Se le coloca una toalla en la cara y se le tapa la nariz y la boca para ejecutarla ya (…) Después de ya ejecutada se coge y se abre la persona para enseñarles a los muchachos cómo se componía una persona para enterrarla”. Secuestro Atados a una cadena “Ya es un drama extremo perder la libertad, pero en el secuestro hay otros elementos adicionales: no hay el más mínimo respeto por la dignidad del ser humano, vivimos como animales, encadenados, con una dieta pobre no solo en alimentos nutritivos sino en el tamaño de las raciones; muchas veces nos acostamos con hambre, dormimos en el piso por años, sin poder limpiarnos, enfermos, sin saber a qué horas lo van a matar a uno, sin saber qué está pasando con la familia. Uno se pregunta qué ha hecho para estar padeciendo semejante tormento, qué delito ha cometido para estar privado de todo lo que nos hace personas”. MARISOL GÓMEZ GIRALDO Editora de EL TIEMPO Vea la noticia de ELTIEMPO.com

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